26 de mayo de 2014

Pupilas que se dilatan, que deleitan, que delatan.



Hoy hace veinte años desde que la conocí. Fue un amor a primera vista, recuerdo que llevaba un delicado vestido blanco, en una de las fiestas más lujosas de todo Madrid. Dios, ¡Cómo olvidarlo! Si aquella noche cambió radicalmente mi vida… Ella era muy atrevida, única, elegante, excelente… también recuerdo que el ‘tío’ que nos presentó me dijo que sería lo mejor de mi vida y así fue. 

Al principio nos veíamos poco, en alguna fiesta. Se acercaba desafiante de la mano de aquel ‘tio’ que decía ser mi amigo. Desde el momento que ella se venía conmigo ya no me importaba nada más. Lo malo de esta relación era que el tiempo que pasábamos juntos me resultaba tan efímero que cada vez añorara con más frecuencia esa esencia suya. 

Me resultaba imposible evitar acordarme de ella, ni de la manera en que me hacía sentir. Conseguía que me evadiera del mundo, me hacía reír, y lograba que el dolor desapareciera al menos durante el tiempo que me complacía con su presencia. Siempre que la buscaba ella venía a mí, nunca me abandonaba. 

Era lo mejor de mi vida, pero también un amor prohibido. Mis padres, mis amigos… no la aceptaron, parecía que todo el mundo estaba en contra de nuestra relación. Me echaron del trabajo, destrocé el coche y casi mato a mi compañero de piso… yo la quería pero no la tenía y no podía dejar que nos separaran, me enloquecía. Estaba completamente sometido a ella.

Fue entonces cuando, vigiado casi todo el tiempo, comenzamos a encontrarnos a escondidas. Pero siempre mis ojos, mis ojos que velaban por ella, que vivían a cuenta de ella, me delataban, poseían un brillo especial, inigualable. Los rumores comenzaron a correr pronto aunque para entonces nuestro amor era tan fuerte que ya no podía vivir sin ella. Cuando las personas de mí alrededor fueron conscientes de nuestra relación quisieron cortarla por completo y me prohibieron cualquier tipo de contacto. 

Estaba tan enganchado que todo esto me llevó a alejarme algunos días. Ya no podía imaginarme la vida sin ella, se había convertido en una necesidad para mí. 

Nos escondimos en un motel de carretera algo lejos de casa, rápido descargué las maletas y la llevé al salón. La desnudé poco a poco, como temiendo que se derramase, la sostuve entre mis manos y la admiré durante unos minutos. Había tal silencio que solo podía escuchar mi corazón ansioso de volver a probar esa particularidad suya, de volver a sentir lo que solo ella sabía hacer que sintiera, añoraba volver a percibirla tan cerca que pareciera que nadie nos podía separar nunca. 



¿Su nombre? Cocaína. A ella le debo mi amor, mi destrucción y mi muerte, pues hoy, ahora, en el salón de este motel, mi cuerpo no aguanta más la agonía de mi corazón insatisfecho de su atracción. En este momento que estoy al borde de la muerte, ¡Maldigo aquel día hace 20 años que ese ‘tio’ nos presentó…! o puede que no, pues ella ha sido siempre lo mejor de mi vida… ¡Malditas pupilas! que no supieron deleitar a tantas hermosas mujeres y se dilatan hasta morir por un amor que ya no me da la vida.